La nostalgia de glorias
pasadas, de repente, se yergue como algún estimulo, como un incentivo o, de
plano, como un demonio que atormenta. Birdman
es más que eso pero no deja de reventar en la cara del cine mexicano esa reminiscencia
de la época en la que se hacía buen cine en el Ombligo de la Luna y por la
cual, según el grado de esquizofrenia, sigue siendo un referente muy fuerte
para volver a catalogar al cine de nuestro país en su conjunto como Cine
Mexicano.
Primero sería bueno hablar de la
magnífica película que Alejandro G. Iñárritu ha logrado, de ese esplendido
filme del cineasta chilango otrora locutor de radio, con el que conquistó la cumbre
más grande de la cinematografía occidental. La película es impecable en sus
elementos, yo en lo particular siempre agradezco y pondero la edición de sonido
y la banda sonora que ambas en este caso se volaron la barda, el guión es
elocuente sin ser genial, la fotografía es de la calidad ya acostumbrada por
Lubeski, pero el acento, la gran cohesión de todos esos elementos creo que se
da en las actuaciones, no hubo uno mejor, sí con más tiempo ante la cámara pero
la intensidad de las actuaciones le imprimió a la peli una atmosfera de
virtuosismo que se aprecia de principio a fin. El tema tiene la fuerza que solo
puede tener una emoción humana, el miedo; ese miedo que nos hace sobrevivir en
los momentos más potentes. Birdman es
la historia de un hombre con miedo, es una historia impecable, sincera y
virtuosamente contada y es la mejor película en un año que para los mexicanos
es el peor año de nuestra película.
Ahora, en cuanto a Alejandro, Amores Perros ya lo perfilaba como un grande de la dirección, 21 gramos refrendaba esa premisa, pero Babel y Biutiful nos
mostraron a un bullente creador en espera de una idea con la que pudiera
explotar, la obtuvo, la obtuvo lejos de casa, en Birdman por más esfuerzos que hizo, el sonidito de los tamales
oaxaqueños entre otros, lo mexicano está ausente, por más que la fotografía y
otros elementos omnipresentes tuvieran la mano creadora de un mexicano, no
muestran la mexicanidad y qué bueno. El señor González está ya acostumbrado a
los premios, cantidad y calidad de premios se ha llevado alrededor del mundo,
merecidos por su enorme talento, dirigir una película es de complejidades
estratosféricas.
Un actor famoso por haber hecho
el papel de Birdman, mi superhéroe favorito de antaño, está preparando una
puesta en escena mientras es atormentado por su alter ego enmascarado, con metáforas de súper-poderes y súper-alucines
la historia transcurre dentro de un teatro de Brodway en el que nuestro protagonista
también dirige la obra, después de deshacerse de un mal actor se integra al
equipo uno nuevo que pone de cabeza todo pero quien logra despertar de su letargo
a Riggan, nuestro Birdman. Las relaciones personales al interior de esquipo que
incluye parejas sentimentales, ex esposas, e hijas, se viven de manera muy
intensa en las que Riggan debe mantener la calma para no sucumbir ante el miedo
al fracaso; sucumbe, despavorido agarra una parranda, vuela, camina desnudo por
Times Square, se dispara en la nariz en pleno estreno, en fin. Aunque el guión pareciera
un circunloquio, el vigor con el que se enmarca la historia principal logra
matizar y complementarlo.
No conforme con lograr la realización
de una de las mejores películas de principios de siglo, el señor González, ese
chilango prieto y pretensioso, se tomó la osadía de dedicarnos el premio a los
mexicanos que seguimos en el país, dedicación con su debida crítica al muy maleta
actual gobierno. ¡Cuán desgraciado es ser parte de ese pueblo en desgracia! Y ¡Qué
dichoso debe ser el ganar un premio y acordarse de sus desgraciados paisanos! Por
qué no brindar el premio a su mujer y a dormir. No, a este genio de la cinematografía
se le antojó levantar ámpula y ojalá eso haya sido un reto para que todos los
González, prietos y pretenciosos de la ciudad y del país no nos dejemos
amedrentar por la mediocridad que se levanta omnipotente y que la sombra de sus
alas aun nos cubre como mexicanos.