martes, 11 de junio de 2013

La nueva de Woody como pretexto para escribir mi primer encuentro con él.

Es durante estas temporadas cuando inevitablemente regreso a la escritura. Qué mejor pretexto que la nueva película de Woody Allen.

He sido etiquetado como “hipster”, “pretencioso de intelectualidad” y otros tantos y poco creativos epítetos por culpa de mi gusto hacía la cinematografía del creador neoyorkino, aun con eso mi empatía por su cine es genuina y legítima.

Todo comenzó en mi época de “ceceachero” en el entorno inmejorable para un chilango embrión de cinéfilo como el que proporcionaba la Cineteca Nacional, presentaban un ciclo del cineasta en mención. Ese lluvioso agosto y día de mi cumpleaños regresaba del centro de Coyoacán y pasé a ver que me deparaba el destino en las salas poco cómodas, poco estéticas y poco concurridas de la Cineteca, el ciclo incluía para la jornada “Annie Hall”, “La última noche de Boris Grushenko”, “Poderosa Afrodita” y “El gran amante”, totalmente desconocedor del trabajo de Woody Allen elegí, también gracias a que estaba en el siguiente horario, “El Gran Amante”.

Para ese apocalíptico año de 1999 la exposición de cine en México tenía poco tiempo con la gran innovación de las multisalas de cinemex y cinépolis las cuales como hasta el momento son acaparadas por producciones hollywoodenses, la cartelera destacada de ese entonces fue “Matrix”, “El Club de la Pelea”, “Belleza americana”, “El sexto sentido”, “Ojos bien cerrados”, “Estigma”, “Milagros inesperados”, buenas películas creo yo, pero lo que me esperaba en aquella tarde cambiaría mi manera de apreciar el cine. Los dramas no eran mi fuerte, mi juventud pujaba por acción y ciencia ficción en el cine, el drama y la tragedia la dejaba para la literatura y la comedia para la televisión.

Compré una coca cola en lata, unos “chicharrones” con salsa valentina y con limón demás de unos emanems. Debo aceptarlo, poco convencido me metí a la sala, había una pareja a tres filas de donde me senté, un grupito como de cinco personas por otro lado y unas treinta personas regadas por la sala también solas, solas como según yo se debe disfrutar el cine. La película comenzó y terminó sin que provocara en mi gran cosa, de hecho el tiempo se me pasó realmente rápido, no hubo momentos en el que el sonido fuera escandaloso, no hubo acción al estilo Hollywood, no hubo sangre, no hubo una mujer exuberante, no hubo erotismo desbordado, ni amor del cursi, ni un tema trascendental para la humanidad. Salí de la sala y ya no llovía, me senté en una de las mesitas de la plazuela que está entre las salas, no me alcanzó para el café, abrí mi revista para intentar leer y de pronto comenzó esa grata sensación de recordarla película que acabas de ver minutos antes, me encontré riéndome de mi mismo al recodar la risa hilarante que minutos antes me abordaba durante la proyección, recordé los detalles del diseño de arte, el vestuario, las actuaciones de Sean Penn, de Samantha Morton, de Uma Thurman; de entre lo mejor la música y el guión, la fotografía y la ambientación, había visto una película en la que el director me metió de lleno a la historia que quiso contar, una historia tan particular y sin pretensiones de grandeza, una historia tan común y burda, abordada de manera realista, pesimista, cómica y dramática. Ese fue mi primer acercamiento al cine de Woody Allen hace 14 años, nada pseudointelectual ni hipster, fue el encuentro con la obra de un genio del séptimo arte.


Pasemos pues a su nueva película de la cual no se sabe mucho aún, pero ya hay “tráiler”:



Será protagonizada por Alec Baldwin y Cate Blanchett, fue filmada en Nueva York y en San Francisco, se espera su estreno a finales de junio en Estados Unidos.