jueves, 10 de diciembre de 2015

Las ferias internacionales del libro, a propósito de la FIL 2015


Terminaba el día y el herrero aun miraba la yerra recientemente salida del molde. Por las noches solía acariciar aquel manuscrito con el evangelio de Juan, aquel que le había obsequiado el obispo por sus excelentes servicios, el herrero no conocía el latín pero sabía bien lo que decía la última línea y era esa la que lo obsesionaba: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir”.

         Lo que pasó después con aquel herrero de Maguncia es bien conocido, la imprenta potenció la reproducción de los libros escritos y fomentó la producción de todavía más de ellos. Han pasado siglos de que la industria editorial naciera y con ello una nueva forma de concebir un libro, las minucias del oficio, los asegunes de las leyes reguladoras, las prohibiciones históricas de tal o cual título, el nacimiento de los premios, entre muchos otros elementos han forjado la actual industria editorial, han configurado la nueva manera de ver al libro, incluso hoy por hoy el libro impreso se enfrenta a la llegada de un familiar suyo al cual aun no se sabe cómo tratar, el libro electrónico o digital.

         La condensación de la historia del libro, sin duda, se puede vislumbrar en las ferias del libro, pero en la FIL (Feria Internacional del Libro de Guadalajara) más, los organizadores han sabido crear un atmósfera única, una mística sublime y una magia palpable; igual seas escritor, editor, empresario o un simple mortal, la FIL te atrapa y te lleva por donde ella quiere, un organismo vivo de tal naturaleza tiene esa virtud. El artífice de este titán de los libros que es la FIL, Raúl Padilla, no tiene empacho en declarar que es la feria en su tipo más grande de América, la más grande en Español y la segunda más grande el mundo, y que su principal objetivo es el negocio, lo cual no afecta en lo más mínimo la importancia que la FIL tiene para México y el mundo, sin embrago sirve para ponernos los pies en la tierra.

         Fue hasta que me encontré de frente con Irvine Welsh y que pasó caminando junto a mí Salman Rushdie con un séquito de guaruras del Mossad, donde reparé en que el invitado especial este año fue el Reino Unido, es tradición también que el invitado especial ofrezaca una serie de presentaciones musicales de primer nivel, las cuales este año no restaron calidad sin embargo no fueron un Muse o un Coldplay y mucho menos un Radiohead. Además de autores mundialmente conocidos también puedes encontrar a casi cualquier autor local, no falta la foto con Juan Villoro, con Jorge F. Hernández, con Jorge Volpi, o la charla futbolera con Julio Patán, incluso el intercambio de impresiones con Bernardo Fernández BEF, entre muchas otras posibles combinaciones, incluyendo al premio FIL 2015, Enrique Vila-Matas o a los siempre sonrientes Paco y Benito Taibo.

         Tanta fiesta y romería, lo ríos de gente, las luces y la algarabía en general, además de las características mencionadas de la FIL y que comparte con otras ferias del libro, casi logran eclipsar una verdad fantasmal, un hecho innegable, una vergonzosa realidad: el mexicano no lee. Carlos Monsivais en alguna de sus innumerables participaciones públicas mencionaba que los mexicanos somos Analfabetas Prácticos, es decir que sabemos leer pero no leemos, sabemos escribir pero no escribimos. No hace falta echar un vistazo a las encuestas, la del INEGI, la de la OCDE, incluso la nueva encuesta del Gobierno del Distrito Federal respecto al “consumo cultural”, para saber y no solo intuir, saber de cierto que en nuestro amado país no se lee.

         Pero, si en México es evidente que no se lee ni por error, de qué van las ferias del libro y más las Internacionales. Existe una élite alrededor de los libros, desde los empresarios, editores, escritores, hasta los lectores y verdaderos groupies, sin mencionar a la base de la pirámide que son los compradores compulsivos; este no menor grupúsculo cupular de empresarios, editores y escritores encuentran en la FIL y otras ferias, pero más en la FIL, un premio a su esfuerzo, que no es poco. Me explico, en este país ser empresario, connacional o extranjero, es ya de por sí un mérito, pero ser empresario editorial es una aventura extra que  no siempre es divertida, lo mismo sucede con los editores y los escritores, las condiciones de este país son adversas aunque paulatinamente esto vaya cambiando no es lo mismo ser empresario, editor o escritor en Europa que acá. Es aquí en donde encuentro la ambivalencia de este tipo de ferias, por un lado se encuentra el valor de la élite mencionada la cual no es culpable de su éxito ya sea empresarial, editorial o artístico; y por otro lado está la base de la pirámide, los esclavos de la compulsión a la compra, aquellos que creen leer porque tienen libros en su sala, en su oficina, también están los buitres hermoseadores de bibliotecas que están a la espera de “un cacahuate pa´l chango”, o bien un donativo para la biblioteca a su cargo sin que este haga más eco que en el inventario y en la “palomita” para el funcionario en turno.

Estos dos protagonistas, la élite y la base, se tocan en dos escenarios durante el fenómeno de las ferias del libro, uno es el consumo cultural que la base ejerce como su derecho a pretender ingresar al mundo de la lectura que en este caso incluye la “farándula” respectiva que se da en la FIL; el otro es, sin afanes alegóricos, el escenario en que las musas griegas, los espíritus de grandes como Paz, como Pacheco, Chumacero, Rulfo, García Márquez, Benedetti, Borges, Cortazar, Neruda, Mistral, Víctor Hugo, Dumas, Munro, Murakami, Grass; el contacto sublime con los libros y con las letras, lleva a la persona humana a una epifanía, a la revelación de leer.

          Maguncia, Alemania, se encuentra a treinta minutos de Fráncfort la cual es la ciudad donde se realiza la feria del libro más grande e importante del mundo, no creo ni por un minuto que esto sea coincidencia; y este dato me hace pensar en un herrero exhausto que después de varios intentos, después de insomnios y cansancios, de desalientos y burlas, moja los tipos móviles con tinta, coloca el papel receptor y lentamente atornilla la otrora prensa de vino, para después de unos segundos desatornillarla y vislumbrar el producto de su invento, la hoja impresa, el libro.


         Después de ser vomitado por la FIL 2015 llegan este tipo de reflexiones acuñadas poco a poco entre sus pasillos, su bodega, su gente, mi stand (ganador del premio al mejor) y los otros, pareciera que realmente combatí contra algún titán y que moribundo espero recuperarme de ello. Lo cierto es que sin estas ferias, sin la FIL, el asunto sería peor, ya vendrá una transición hacia algo nuevo, ya vendrá la FIL 2016 y la oportunidad de estar ahí siendo testigo de la historia desde la primera fila, hoy me quedo con una indigestión de libros, los cuales ya esperan desesperadamente a ser leídos.


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