Terminaba el día
y el herrero aun miraba la yerra recientemente salida del molde. Por las noches
solía acariciar aquel manuscrito con el evangelio de Juan, aquel que le había
obsequiado el obispo por sus excelentes servicios, el herrero no conocía el
latín pero sabía bien lo que decía la última línea y era esa la que lo
obsesionaba: “Y hay también otras muchas
cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni
aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir”.
Lo que pasó después con aquel herrero
de Maguncia es bien conocido, la imprenta potenció la reproducción de los
libros escritos y fomentó la producción de todavía más de ellos. Han pasado
siglos de que la industria editorial naciera y con ello una nueva forma de
concebir un libro, las minucias del oficio, los asegunes de las leyes
reguladoras, las prohibiciones históricas de tal o cual título, el nacimiento
de los premios, entre muchos otros elementos han forjado la actual industria editorial,
han configurado la nueva manera de ver al libro, incluso hoy por hoy el libro
impreso se enfrenta a la llegada de un familiar suyo al cual aun no se sabe
cómo tratar, el libro electrónico o digital.
La condensación de la historia del
libro, sin duda, se puede vislumbrar en las ferias del libro, pero en la FIL
(Feria Internacional del Libro de Guadalajara) más, los organizadores han
sabido crear un atmósfera única, una mística sublime y una magia palpable;
igual seas escritor, editor, empresario o un simple mortal, la FIL te atrapa y
te lleva por donde ella quiere, un organismo vivo de tal naturaleza tiene esa
virtud. El artífice de este titán de los libros que es la FIL, Raúl Padilla, no
tiene empacho en declarar que es la feria en su tipo más grande de América, la
más grande en Español y la segunda más grande el mundo, y que su principal objetivo
es el negocio, lo cual no afecta en lo más mínimo la importancia que la FIL
tiene para México y el mundo, sin embrago sirve para ponernos los pies en la
tierra.
Fue hasta que me encontré de frente con
Irvine Welsh y que pasó caminando junto a mí Salman Rushdie con un séquito de
guaruras del Mossad, donde reparé en que el invitado especial este año fue el
Reino Unido, es tradición también que el invitado especial ofrezaca una serie
de presentaciones musicales de primer nivel, las cuales este año no restaron
calidad sin embargo no fueron un Muse
o un Coldplay y mucho menos un Radiohead. Además de autores
mundialmente conocidos también puedes encontrar a casi cualquier autor local,
no falta la foto con Juan Villoro, con Jorge F. Hernández, con Jorge Volpi, o
la charla futbolera con Julio Patán, incluso el intercambio de impresiones con
Bernardo Fernández BEF, entre muchas otras posibles combinaciones, incluyendo
al premio FIL 2015, Enrique Vila-Matas o a los siempre sonrientes Paco y Benito
Taibo.
Tanta fiesta y romería, lo ríos de
gente, las luces y la algarabía en general, además de las características mencionadas
de la FIL y que comparte con otras ferias del libro, casi logran eclipsar una
verdad fantasmal, un hecho innegable, una vergonzosa realidad: el mexicano no
lee. Carlos Monsivais en alguna de sus innumerables participaciones públicas
mencionaba que los mexicanos somos Analfabetas
Prácticos, es decir que sabemos leer pero no leemos, sabemos escribir pero
no escribimos. No hace falta echar un vistazo a las encuestas, la del INEGI, la
de la OCDE, incluso la nueva encuesta del Gobierno del Distrito Federal
respecto al “consumo cultural”, para saber y no solo intuir, saber de cierto
que en nuestro amado país no se lee.
Pero, si en México es evidente que no
se lee ni por error, de qué van las ferias del libro y más las Internacionales. Existe una élite alrededor
de los libros, desde los empresarios, editores, escritores, hasta los lectores
y verdaderos groupies, sin mencionar a
la base de la pirámide que son los compradores compulsivos; este no menor grupúsculo
cupular de empresarios, editores y escritores encuentran en la FIL y otras
ferias, pero más en la FIL, un premio a su esfuerzo, que no es poco. Me
explico, en este país ser empresario, connacional o extranjero, es ya de por sí
un mérito, pero ser empresario editorial es una aventura extra que no siempre es divertida, lo mismo sucede con
los editores y los escritores, las condiciones de este país son adversas aunque
paulatinamente esto vaya cambiando no es lo mismo ser empresario, editor o escritor
en Europa que acá. Es aquí en donde encuentro la ambivalencia de este tipo de
ferias, por un lado se encuentra el valor de la élite mencionada la cual no es
culpable de su éxito ya sea empresarial, editorial o artístico; y por otro lado
está la base de la pirámide, los esclavos de la compulsión a la compra,
aquellos que creen leer porque tienen libros en su sala, en su oficina, también
están los buitres hermoseadores de bibliotecas que están a la espera de “un
cacahuate pa´l chango”, o bien un donativo para la biblioteca a su cargo sin
que este haga más eco que en el inventario y en la “palomita” para el
funcionario en turno.
Estos dos protagonistas, la élite y la
base, se tocan en dos escenarios durante el fenómeno de las ferias del libro,
uno es el consumo cultural que la base ejerce como su derecho a pretender
ingresar al mundo de la lectura que en este caso incluye la “farándula”
respectiva que se da en la FIL; el otro es, sin afanes alegóricos, el escenario
en que las musas griegas, los espíritus de grandes como Paz, como Pacheco,
Chumacero, Rulfo, García Márquez, Benedetti, Borges, Cortazar, Neruda, Mistral,
Víctor Hugo, Dumas, Munro, Murakami, Grass; el contacto sublime con los libros
y con las letras, lleva a la persona humana a una epifanía, a la revelación de
leer.
Maguncia,
Alemania, se encuentra a treinta minutos de Fráncfort la cual es la ciudad donde
se realiza la feria del libro más grande e importante del mundo, no creo ni por
un minuto que esto sea coincidencia; y este dato me hace pensar en un herrero
exhausto que después de varios intentos, después de insomnios y cansancios, de desalientos
y burlas, moja los tipos móviles con tinta, coloca el papel receptor y lentamente
atornilla la otrora prensa de vino, para después de unos segundos desatornillarla
y vislumbrar el producto de su invento, la hoja impresa, el libro.
Después de ser vomitado por la FIL
2015 llegan este tipo de reflexiones acuñadas poco a poco entre sus pasillos,
su bodega, su gente, mi stand (ganador del premio al mejor) y los otros, pareciera
que realmente combatí contra algún titán y que moribundo espero recuperarme de
ello. Lo cierto es que sin estas ferias, sin la FIL, el asunto sería peor, ya
vendrá una transición hacia algo nuevo, ya vendrá la FIL 2016 y la oportunidad
de estar ahí siendo testigo de la historia desde la primera fila, hoy me quedo
con una indigestión de libros, los cuales ya esperan desesperadamente a ser leídos.
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