El sábado
pasado asistí a la Cineteca Nacional en búsqueda de “algo que ver”, no hay
mejor sitio que la mítica Cinepuerca para esa encomienda, ni en internet se
puede sentir la emoción de una búsqueda personal en la que se invertirá 2 horas
(en promedio) de vida, mi principal intención era degustar alguna producción
francesa del Tour de Cine Francés, la segunda opción era algo de Cine Nórdico
(lo que sea que eso signifique) y la tercera cualquier otra; y así fue,
generalmente evito producciones mexicanas en el cine por un prejuicio personal
pero algo llamó mi atención, ese algo fue meramente coyuntural pues unos días
atrás me atreví ver la biopic “Cantinflas” refrendando ese prejuicio al cine “nacional”,
ese algo fue el título de la película y el nombre del director.
Generalmente
las películas exponen la cosmovisión de los realizadores en cuanto a un tema
determinado, Bergman, Godard, Einsenstein, Kubrick no me dejarán mentir, pero
también generalmente estos autores no lo declararon en los títulos de sus
filmes, Hiriart lo declara peligrosamente, y más arrojado suena hacerlo con el
término “Filosofía” en el título. Con una pronta googleada uno se entera de
quién es Sebastián Hiriart, por lo menos de forma somera, facebook, twitter,
youtube, uno se da cuenta de su devoción por el cine, en México si no hay
devoción por el cine se terminan haciendo películas como la gran mayoría de
ellas en las últimas tres décadas, si no hay devoción se acentúa la pretensión;
y creo que lo más pretencioso de esta película es su título, pero los títulos
no son la película. Bajo este breve (instantáneo) análisis compré mi boleto y
me dirigí a la dulcería, infame dulcería la de la Cineteca, infame la
distribución arquitectónica de la Cineteca, infame su remodelación en general
(no está fea) que pudo estar mejor planeada.
Con unas
palomitas, refresco y pasas cubiertas de chocolate me dirigí a la sala 10, sin
usar silla de ruedas me chuté la eterna rampa de subida y llegué a la sala,
para mi sorpresa estaba llena (a un 90 por ciento), me senté en la primera fila
pues mi cabalística séptima fila estaba repleta de chavitos de entre 15 y 20
años, como la mayoría de la sala. El destino me soltó a rajatabla un corto llamado
“El regreso del vampiro” (Lew Landers se nos vuelve a morir) que me robó 6
minutos de vida, para después dar paso a la película.
Inmediatamente
se percibe la temática de la película, sin ser predecible, lo experimental de
sus tomas y su guión, sus actores profesionales y aficionados, pero lo que me
hizo permanecer en la sala a pesar de la charla de la pareja sentada a mi lado
fue la sensación que me provocó, no recuerdo una película de realización
mexicana que haya visto en una sala de cine que me haya provocado algo desde
Amores Perros (no quiero decir que me gustó), fuera de una sala otra película
que me provocó e incluso me gustó fue “Paradas Continuas”; la sensación surgió
por dos elementos, el audio y la fotografía, se agradece cuando en una
producción latinoamericana el audio es decente, pero la fotografía es buena, no
he visto más cine del director Hiriart, pero buen fotógrafo sí es.
A mi parecer
el ritmo del filme es caótico pero interesante, lo que puede generar una buena “voz”,
estilo, del director, el guión es muy decente y los actores le dieron algunos buenos
acentos y matices, no hay una historia como tal a la que se enfoque pero la omnipresencia
del concepto “amor” como hilo conductor da buenos resultados, las minucias que
encuentra este “amor” logran proyectar la intensión del director, la cual creo
yo es verter lo visceral y tierno, lo grotesco y canónico, lo chido y gacho, lo convencional y exótico,
que para él significa y que en general hacen de este “ensayo cinematográfico
que yuxtapone…” un opción para voltear una vez más a lo producido en México.
Como
espectador me hubiera gustado escuchar música estridente, algo de jazz o que
hubiera diálogos más extensos con actuaciones más apasionadas, es más hasta
otro título, me hubiera gustado una mejor dulcería en la Cineteca (las pasitas
con chocolate son una grosería), me hubiera gustado una escalera para subir a
las salas, una mejor distribución planeada de la arquitectura y una industria
cinematográfica más decorosa en este país, pero esto es lo que tenemos y la
virtud de creadores como Sebastián está en ello, en hacer lo suyo con los
elementos que tiene a la mano y en realidad no lo hace mal, por lo que tiene mi
buena crítica y recomendación.