Los vampiros son los seres fantásticos más grandiosos inventados por la mente humana para el deleite literario, cinematográfico y anexos. Los hombres lobo, los seres reanimados por electricidad, los seres de ultratumba y demás tendrán su oportunidad en otra ocasión, se cuecen aparte. Los vampiros son elegantes, cultos, poderosos, con una maldad genuina basada en el instinto de supervivencia más básico, el hambre.
A 25 años del éxito novelesco
Drácula del autor Bram Stoker, la película alemana Nosferatu se convirtió en el
primer gran referente de culto de este connotado vampiro, en la cinematografía
mundial. Pero primero hablemos de la obra maestra de Stoker, independientemente
de sus fuentes históricas o inspiradoras, Drácula es una novela fenomenal, con un
interesante ritmo y exquisito gusto narrativo en forma epistolar. La
construcción de sus personajes y el entretejido de sus historias son calmados y
detallistas, pero a la vez efusivos e intempestuosos.
En el libro, el abogado Jonathan
Harker es un emisario de su firma inglesa de abogados para acudir al llamado de
uno de sus clientes que vive en Transilvania en medio de los montes Cárpatos y
que está interesado en comprar propiedades en Inglaterra. El cliente es un
viejo conde que resulta ser un vampiro chupasangre, pero de la más alta
alcurnia. Los personajes ingresan al relato según la necesidad narrativa, Mina
Murray, la prometida de Harker, Lucy amiga de la novia y botana del vampiro con
su séquito de pretendientes y Abraham Van Helsing el erudito cazavampiros que
complementa el comando anti Drácula.
Quienes han visto o sabido de la
historia de Drácula, saben que las cosas se complican para el vampiro de origen
noble que termina mal y de malas, pero narrado de forma magistral en la novela
de Stoker. La tradición vampiresca nos enseña que un vampiro es un ser no
muerto, un término tan ambiguo y churrigueresco, que a más de cien años de
haber sido acuñado sigue causando una risita sarcástica a 9 de cada 10 personas
que lo escuchan, en fin, este ser no muerto (je, je, je), le gusta chupar
sangre, dicho de otra forma es un ser hematófago, se alimenta de la sangre de
personas vivas y de las que pareciera preferir conocer previamente y haber
entablado una relación de poder sobre éstas. Caso contrario de otros no vivos
(je, je, je), los zombis, estos personajes de ficción (no diría fantásticos)
son estúpidos, lentos y se alimentan de la carne de cualquier persona que
encuentren a su paso, sin un rasgo de maldad voluntaria y aspiración de
conquistar al mundo. Aun con todo esto, lo que hermana a estos dos seres de la
mitología moderna, es el hambre. Las series de zombis hoy en día son las
telenovelas del mundo, idilios o guerras adornadas por hordas de seres lentos e
irracionales, los romances y dramas de siempre pero con un bonito (en este caso
horrible) fondo de babeantes seres no muertos (je, je, je). Pero en ese oscuro
mundo de series de zombies, llega Drácula.
Drácula, es una serie reciente de
la BBC y Netflix, es una chulada. De los creadores de Sherlock, serie que llevó
a los cuernos de la luna a Benedict Cumberbatch, la nueva aparición del ilustre
vampiro es notable gracias a Mark Gatiss y Steven Moffat quienes muestran
nuevamente su gran entendimiento de las adaptaciones y nuevas fórmulas
narrativas audiovisuales, entendimiento puesto de manifiesto en los tres
capítulos de la primera temporada, esperamos que sean varias. El personaje
conde Drácula no varía mucho del de la novela de Stoker, es un noble
chupasangre ávido de nuevos horizontes, el toque especial de este Drácula es la
obsesiva y mística habilidad de conocer y de alguna forma extraer el alma de
las personas drenadas. Para no revelar tanto, solo mencionaré que quienes hayan
leído la novela serán atrapados en el minuto uno y su cabeza volará en vertiginosos
vuelcos narrativos que darán pauta a aprovechar esa vieja predisposición al
terror que nos llevó a leer tan ilustre y desafortunadamente choteada novela.
La ambientación es inmejorable, nuestros ojos serán consentidos de un impecable
diseño de arte y de muy bien logrados efectos especiales, mismos que son
explotados de formas muy originales y adecuadas para la historia que se quiere
contar, con su debido toque de homenaje a los antiguos efectos de principios de
la industria. Lo sonoro también se lleva una estrellita, algunos nostálgicos
seguidores del vampiro transilvano reconocerán un homenaje musical al filme de
Francis Ford Coppola, por cierto mi película favorita del tema. Otro elemento
notable es la excelente actuación del, más que bien parecido, Claes Bang, quien
muestra un excepcional dominio del arte dramático y técnica histriónica.
Las referencias a otros
tratamientos visuales son varias en esta nueva serie, las naturales semejanzas
en el guión a la novela son sublimes, pues los personajes, situaciones y líneas
adquieren fortaleza en la magistral adaptación. En esta serie se cuelan un par
de zombis, pero hasta eso hacen bien, pues la fórmula esnobista de los ingleses
nos recordó que Sherlock es un genio petulante y pretencioso, pero sin duda
exquisito, así el conde Drácula y su némesis Van Helsing en sus interminables
diálogos. Concluyendo creo que, como Sherlock, ésta no será una serie para
todos, pero los que logren disfrutarla no serán decepcionados. Prepárense para
más de cuatro horas de un terror inteligente y fuera de los convencionalismos
aburridos de los últimos tiempos.